viernes, 1 de octubre de 2021

 ILIÓN 

La ciudad estalló de júbilo. Diez años de muerte terminaban esa noche. Una guerra llegaba a su final. 


En las silenciosas entrañas de un enorme caballo, un puñado de hombres sonreían. Para ellos, nacidos de Ares en el fuego de la batalla, aquella guerra tan solo estaba a punto de comenzar. 


Jamás el vientre de criatura alguna engendró tanta muerte. Para cuando los Troyanos entendieron aquello que estaba pasando, la ciudad se consumía entre las llamas y todo lo que alguna vez conocieron dejaba ya de existir. Para cuando Ilión comprendió lo que sucedía ya era demasiado tarde. Aquella noche, el vino de la celebración se mezcló en las calles con la sangre de los hombres que conocieron en las espadas aqueas el rostro de la muerte. 


Los invasores se cobraron con creces los diez años de asedio, de oscuros trabajos y de noches en vela que Troya, sus murallas y sus valientes hombres les habían obligado a sufrir; De aquella ciudad quedó muy poco; su riqueza fue expoliada y sus bellas mujeres, ya sin la defensa de sus brillantes guerreros, los cuales, sin un óbolo que ofrendar a Caronte, vagaban ahora a las orillas del río Aqueronte en lo más profundo del Hades, fueron convertidas en esclavas. La ciudad ardió hasta el amanecer. Se consumió hasta sus cimientos. 


Despuntaba el sol y un joven soldado, exhausto tras la lucha y cubierto de sangre propia y ajena, descansaba en el suelo acostado boca arriba; a su lado, otro guerrero de dorada armadura, hermosas grebas y porte real, observaba de pie como las últimas volutas de humo provenientes de la ciudad ascendían hacía un cielo que se teñía de azul. 


Existía una amargura silenciosa en la mirada de ambos guerreros. Frente a sus ojos se repetían en secuencia interminable, una y otra vez, todos y cada uno de los asesinatos que cometieron a lo largo de aquella guerra. Los fantasmas de los hombres que habían muerto en sus manos y bajo el filo de sus espadas, vivían ahora en sus ojos y ya nunca los abandonarían. 


- ¿Piensas cantar sobre todo esto? - Preguntó el hombre que se mantenía de pie mirando desde su altura hacia el rostro del joven que aún permanecía tendido en tierra troyana. 


-No lo sé, mi señor-, contestó el joven mientras se incorporaba. –  los versos no fluyen tan fácilmente como la sangre-. 


El hombre se mantuvo largo rato en silencio, su mirada aún recorría las murallas de aquella ciudad que tanto esfuerzo les había costado someter y que, gracias a él y a su afamado ingenio, hoy se encontraba de rodillas ante los ejércitos de Grecia. 


-Tendrías que hacerlo-. Dijo de repente retomando el hilo de la conversación. –Los dioses te han otorgado el don de narrar historias como éstas.  Sería un error desperdiciar ese don. Sería un error no honrar a los dioses -.

 

 -Quizás no deseo narrar ésta historia, mi señor Ulises- Contestó el joven mirando a los ojos a su rey. –Quizás no me interesa honrar a los dioses, quizás no de ese modo. Quizás unos versos que contengan cuanto aquí ha pasado no resulten dignos de ser cantados-.  


Una amarga sonrisa se dibujó en el rostro del hombre al escuchar aquellas palabras; tampoco él se sentía orgulloso de las cosas sucedidas en tierras troyanas y del papel esencial que había desempeñado en ellas. Para una mente extremadamente lúcida como la suya, nada de verdadero valor podía rescatarse de todo aquello y esa certeza lo atormentaba. 


Aún sonriendo dio la espalda a la ciudad que había observado cada mañana al despertar durante los últimos diez años de su vida y que ahora, derrotada, consumida, lejos de su antiguo esplendor, veía por última vez. 


-Eres joven aún, Homero, -contestó-, pero con el tiempo aprenderás que los dones no deben desperdiciarse, que hay historias que deben narrarse y versos que deben ser cantados, pero sobre todo, con el tiempo aprenderás que los dioses jamás perdonan a quienes los deshonran-. Hizo una pausa mientras dejaba atrás una década de soledad, de muerte y de tristeza y sin volver el rostro concluyó:   - Ciertos dones son una inmensa fortuna, algunos otros son un escape y un desahogo, pero también los hay que son una maldición-. 


-Volvemos a Ítaca- Ordenó, y el joven caminó tras él.