PROMESA
I
Abandonó el consultorio del obstetra sintiendo que el
mundo se derrumbada a su alrededor. Las dolorosas palabras pronunciadas
momentos antes por el especialista aún resonaban en sus oídos y la escena de
aquella conversación seguía teniendo lugar ante sus ojos.
-Es un embarazo de alto riesgo- Dijo. - Debemos dar
por terminado el proceso de gestación. Un aborto clínico.- Concluyó mirándola a los ojos.
Ella sostuvo aquella mirada, y en el tono amargo de
quien presiente que la respuesta que obtendrá es aquella que no desea oír,
preguntó: - ¿Estás seguro? ¿No existe otra posibilidad?-.
-Ya hemos pasado por esto, Elena, y sabes tan bien
cómo yo que, al tomar una decisión diversa a terminar con el embarazo, pones tu
vida en un altísimo riesgo-. Contestó.
Elena desvío la mirada de su interlocutor para evitar
que aquel notara como de sus ojos brotaban lágrimas de desazón. Sentía como la
tristeza invadía cada rincón de su ser pero no estaba dispuesta a que la vieran
llorar; nunca lo estuvo y aquella vez no sería diferente.
-Tu primer hijo no sobrevivió y tú lo hiciste de manera
milagrosa-. Continuó el médico- no puedes insistir en esto. No ésta vez-.
Ella enjugó sus lágrimas, borró de su rostro todo
indicio de debilidad y volvió la mirada hacia el hombre que, como obstetra de
cabecera, la había acompañado a lo largo de su desafortunado primer embarazo ocurrido
tres años antes; aquel embarazo que concluyo con un parto prematuro, - un
bellísimo varón que moriría veinticuatro horas después de su nacimiento debido
a una falla respiratoria-, con ella a punto de perder la vida y sufriendo una
depresión posterior tan profunda que durante muchas noches se preguntó porqué
no había compartido el destino de su hijo.
-Alejandro, tengo muy clara la manera en la que
sucedieron las cosas. Sobra el que me lo recuerdes-. Dijo Elena de manera
cortante y apretó la mandíbula como lo hacía cada vez que se sentía en extremo
molesta.
-Lo siento Elena, pero mi profesión me obliga a esto.
Preguntas por el procedimiento adecuado y yo te lo doy a conocer –Contestó aquel-.
Además, nuestra amistad me impulsa a ser sincero contigo, no puede callarme
cuando tu vida está en juego. – Apostilló-.
Elena destensó su rostro y con aquella mirada dulce y
dorada que asemejaba miel liquida zanjó el asunto disculpándose sin palabras.
Alejandro la vio tranquilizarse y retomó la
conversación.
-Elena, ésta vez no correrás ningún riesgo, ¿cierto?-.
Ella guardó silencio, la decepción le atenazaba la
voz.
-No intentarás de nuevo llevar a término el embarazo,
¿cierto?-. Insistió.
-Aún debo pensarlo-. Obtuvo el obstetra por toda
respuesta. -Aún debo pensarlo-.
II
No había nada que pensar. Elena no consideraba otra cosa que no fuese tener al hijo que crecía en su vientre. Estaba
decidida a traerlo al mundo aunque en eso, o precisamente por esa razón, se le
fuese la vida en ello. Era plenamente consciente de lo que tendría que sufrir
los meses siguientes, pero estaba resuelta a soportar lo que hiciese falta
porqué, aunque todo estuviese en su contra, a ella y a aquel niño les bastaba
con la pequeña posibilidad de éxito de la que todavía ambos disponían.
III
Los meses posteriores fueron un infierno; Elena sufrió
de fuertes y constantes dolores, y a pesar de los cuidados excesivos que se
prodigaba ingresó en dos ocasiones a la unidad de cuidados intensivos. Durante
una de aquellas veces llegó a la clínica sin conocimiento y casi sin pulso.
Sobrevivió gracias al oportuno quehacer médico pero, una vez hubo recuperado la
conciencia, se sintió invadida de un temor infinito y entonces dudó, pero el
deseo de ver a su hijo la reafirmó en su decisión. Durante los días
posteriores, con ánimo renovado se atrevió a hacer una promesa:
- Dame las fuerzas y dáselas a mi hijo para culminar
con éxito éste embarazo- Rogó mirando a lo alto, sin saber muy bien a quién se
dirigía. –No arrebates a éste niño de mis brazos- Pidió con voz quebrantada y
el gusto salado de las lágrimas que morían en su boca. –En ésta ocasión tienes
que hacerlo diferente-. Reclamó. – Permite que mi hijo sobreviva. Permítelo,
que yo a cambio…
IV
Elena inició trabajo de parto durante el octavo mes de
embarazo. Era veintidós de diciembre y ella ingresó al hospital sabiendo que quizás
esa podría ser la última noche de su vida.
Alejandro, que ya la esperaba, no ocultó su
preocupación al ver su rostro.
-¿Cómo te sientes?- Le preguntó mientras controlaba
sus signos vitales.
La respuesta fue una mirada de indecible confianza que
lo hizo sonreír.
-Eres una mujer verdaderamente increíble-. Dijo justo
antes de realizar la incisión inicial de aquel parto por cesárea.
V
Un par de días
después, Alejandro ingresó a la habitación en la que Elena, todavía convaleciente,
descansaba. Llevaba un pequeñísimo bebé en brazos y ella trató de incorporarse
para mirar por primera vez a su hijo.
-No te muevas, Elena- Aconsejó Alejandro-, y puso al
pequeño en brazos de su madre.
-Es hermoso-. Dijo -Además, tiene tus ojos-.
Elena lloró desde el momento en que tuvo al niño entre
sus brazos. Aquella vez no le importó que alguien fuese testigo de sus lágrimas.
-¿Has pensado ya en un nombre? –Preguntó el médico-. Porque
yo estuve pensando que quizás podría llamarse cómo el profesional que lo trajo
al mundo-. Concluyó sonriendo.
Elena río de buena gana y el sonido fuerte de sus
carcajadas inundó la habitación.
-De hecho, sí. Ya tengo nombre para él-. Contestó ella
sin apartar sus ojos del rostro del niño. -Se llamará Jesús. Cumpliré una
promesa-.
-De verdad es un lindo nombre-. Dijo Alejandro.
Ambos guardaron silencio durante un instante.
-Debo irme. Aún tengo cosas por hacer-. Se despidió el
obstetra y caminó hacia la puerta, cruzó el umbral y a medio camino se detuvo,
giró sobre sí mismo y con una enorme sonrisa dibujada en sus labios dijo:
-Por cierto, ¡Feliz Navidad, Elena! ¡Feliz Navidad!-.