domingo, 19 de febrero de 2017

FIESTA
Hay noches que son promesas. El placer, la locura y la seducción podían percibirse en el aire. Esa noche prometía. Aquella fiesta de San Valentín había sido el escenario perfecto para que después de cruzar algunas miradas, dirigirse un par de sonrisas y pasar algún tiempo bailando, ella le pidiera, susurrando a su oído, que fuesen a algún lugar en el cual pudiesen estar a solas. Él decidió llevarla a su apartamento.

Se oía de fondo “La vie est bréve” y ella se desnudó ante sus ojos. Él la besó despacio. Recorrió con su boca, en un tranquilo descenso, la larguísima curva que daba forma a aquella sensual espalda. Ascendió repentinamente hacia aquel frágil cuello femenino y respiró el dulce aroma a vainilla, Shalimar de Guerlain, que despedía la piel de tan glorioso cuerpo. Entre besos que aumentaban en intensidad y se extendían en duración, la llevó hasta la cama y allí entretuvo sus manos en realizar una exploración milimétrica de la magnífica anatomía que tenía a su disposición. Le introdujo los dedos en el sexo mientras se desvestía con calma; tan pronto estuvo desnudo ella lo atrajo hacia sí. 
  
La penetró con fuerza y observó como la sorpresa se dibujaba en el rostro de aquella bellísima mujer. Embistió de nuevo y ella emitió un gemido sordo. Arremetió por tercera vez y sintió con creciente satisfacción la calidez y la tibieza del líquido espeso que brotaba de aquel soberbio cuerpo. Visiblemente excitado aumentó el ritmo de sus movimientos y ella dejo escapar un grito que fue velozmente amortiguado por una de las manos que él posicionó en aquella boca de labios pálidos.
-¿Pero qué demonios haces? – preguntó la mujer al tiempo que se liberaba de la presión que él ejercía sobre su rostro y se revolvía, presa del pánico, bajo el pesado cuerpo del hombre que la estaba apuñalando.

Él rápidamente le propinó un fuerte golpe en la zona intercostal que la dejó inmóvil, y continuó, loco de excitación y placer, penetrando aún más profundamente, con una gruesa navaja de quince centímetros, en la carne mórbida de su víctima que, una vez perdida la consciencia, no pudo ofrecer resistencia alguna.  Con aquella desconocida desvanecida entre sus brazos, él continuó apuñalando hasta que alcanzó un fuerte orgasmo luego del cual se dejó caer exhausto encima de aquel cuerpo inerte.

Mientras tanto, aquella melodía continuaba sonando:

- “La vida es breve: un poco de sueño, un poco de amor…”-.  Tarareó satisfecho.